(2)🌲La cadena trófica escolar
Al pensar en el liderazgo dentro de los centros educativos, me vino a la cabeza una imagen muy concreta nuevamente para el hilo del blog: el equilibrio que se da en un bosque. Pero esta vez, en forma de cadena trófica, pues cada especie siempre cumple un rol con respecto a sus compañeros de ecosistema, cada ser vivo está interconectado, y aunque a veces parezca que unos tienen más poder o visibilidad que otros, lo cierto es que todos dependen del bienestar del conjunto. Así entendí la idea de “cadena trófica escolar” de la que hablamos en clase. Y es que, dentro de una escuela también existen distintos niveles de influencia, relaciones de interdependencia, y equilibrios delicados que, si se rompen, afectan al conjunto. El liderazgo, lejos de ser una figura de poder individual, debería entenderse como una función de cuidado, de gestión del equilibrio colectivo. Una función vital.
- Liderar no es dominar
Durante años, he considerado la palabra "liderazgo" como parte de algo competitivo, ligado al control o a una jerarquía estricta o establecida que no se podría quebrantar, quizás porque muchas veces, es así como se nos ha mostrado: quien lidera manda, decide, coordina, y los demás siguen.
Sin embargo, en el contexto educativo, esta lógica pierde sentido, pues como parte de un conjunto en busca de un objetivo en común, como decíamos en la entrada anterior, liderar no es dominar, sino facilitar. Es saber identificar el potencial del grupo a nivel tanto colectivo como individual para sacar partido de todos, promover la participación, sostener cuando hay conflictos, e inspirar cuando falta rumbo. El liderazgo es, sobre todo, tener presente que sigues siendo parte del conjunto al que guías.
En clase hablamos de distintos tipos de liderazgo y de cómo el liderazgo transformacional, el que propone un cambio desde dentro y de forma compartida, puede marcar una diferencia enorme en la cultura del centro. Y no se trata solo de los directores o jefes de estudio, pues muchas veces, los líderes reales están en el aula, o en un pasillo, o en el comedor, en forma de profesores que motivan, que cuidan, que proponen sin imponerse.
El liderazgo como polinización:
Si en la entrada anterior comparaba la organización de la escuela con un bosque, aquí quiero pensar el liderazgo como la labor de una abeja: va de flor en flor, no solo para alimentarse, sino también para contribuir a la vida del conjunto. A veces un gesto pequeño, como podría ser una conversación a tiempo, una mirada de validación, o una propuesta lanzada sin esperar nada, es justo lo que inicia o genera la transformación, pues considero que liderar desde lo cotidiano, desde lo que no se ve, también cuenta.
En mi experiencia escolar he observado esto muy claramente: centros donde la dirección estaba físicamente presente, pero emocionalmente ausente y menos aún implicada con el conjunto más allá del papeleo y "su trabajo", y otros donde no había discursos digamos "oficiales", pero sí un ambiente de confianza, apoyo mutuo y compromiso compartido entre todos. Y la diferencia, en muchos casos, era cómo se entendía y se ejercía el liderazgo, y es que no sirve de nada asumir el rol de "líder" si no se cumple con la parte importante: guiar y facilitar el trabajo de todos, como conjunto al que sigues perteneciendo.
¿Y el alumnado? ¿Dónde queda?
Una de las reflexiones más valiosas que surgieron del "trueque de saberes" y de las entradas de mis compañeros fue el rol que tiene el alumnado en este ecosistema de liderazgo. Porque si realmente queremos una escuela democrática y participativa, no podemos dejar fuera de la ecuación a quienes son su razón de ser. Personalmente, creo que debemos de tener esto más presente, y proponer iniciativas que puedan responder a las siguientes preguntas: ¿los alumnos y alumnas sienten que pueden participar en la vida del centro? ¿Se les escucha más allá del consejo escolar o las encuestas anuales? ¿Pueden proponer, cuestionar, construir? O, como en muchos casos, ¿siguen ocupando el último eslabón de la cadena, sin poder real?
Y es que, si la educación busca formar ciudadanos críticos, el ejemplo debería empezar en la escuela. Y eso implica ceder espacio, confiar, y compartir con ellos la responsabilidad como parte del conjunto de la comunidad de la que forman parte.
Un liderazgo que siembra
Por último, me quedo con esta imagen: el liderazgo que me inspira no es el que se impone desde la cima del árbol, sino el que, como el sol entre las ramas, llega a todos sin necesidad de hacerse notar. Es el que siembra, el que acompaña, el que deja huella sin pisar fuerte, y el que ayuda al resto durante el proceso.
Como futura docente, pienso también en cómo lideraré yo en el futuro, aunque siga sin gustarme esa palabra... Puede que no desde un cargo directivo, quizás, pero desde luego que desde mis decisiones cotidianas podré marcar la diferencia, desde cómo me relacione con los demás, cómo escuche, o cómo actúe, y sabiendo que seré un ejemplo para mi alumnos será motivo suficiente para intentarlo, porque liderar también es educar, y educar, al fin y al cabo, es una forma de cuidar lo que crecerá :)
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